Había una vez, en un reino muy, muy lejano, un pequeño dragón llamado Brillo. Brillo era diferente a los demás dragones de su especie. Mientras que otros dragones escupían fuego o coleccionaban tesoros, Brillo tenía un don especial: podía hacer que todo lo que tocara con su cola brillara intensamente, como si estuviera lleno de luz de estrellas. Por esta razón, a Brillo le encantaba volar por el reino y dejar pequeños destellos de luz en su camino.

Un día, mientras Brillo exploraba un bosque cercano al castillo del reino, escuchó el sollozo de una niña. Se acercó y encontró a una pequeña llamada Sofía, que estaba sentada en una roca, con lágrimas en los ojos. "¿Qué te pasa?" preguntó Brillo con su voz suave y gentil.

Sofía le explicó que había perdido su muñeca favorita, la que le había regalado su abuela antes de partir en un largo viaje. Era una muñeca muy especial, con un vestido azul y cabellos dorados. Brillo, conmovido por la tristeza de Sofía, decidió ayudarla a encontrar su preciada muñeca.

"Vamos, sube a mi espalda. ¡Volaremos por el bosque para buscarla!" dijo Brillo con entusiasmo. Sofía, un poco nerviosa al principio, se subió a la espalda del dragón. Juntos volaron por el cielo, buscando en cada rincón del bosque. Mientras buscaban, Brillo tocaba las hojas de los árboles y las flores, haciéndolas brillar como luciérnagas. Pero por más que buscaron, la muñeca no aparecía.

Al caer la noche, Sofía se sintió desanimada y Brillo no quería verla triste. Entonces, tuvo una idea brillante. "Tengo una idea, pero necesitamos algo especial", dijo mientras aterrizaban cerca de un arroyo. Buscó una piedra lisa y con mucho cuidado, la tocó con su cola. La piedra comenzó a brillar con una luz cálida y suave.

Brillo le explicó a Sofía que con esa luz especial podrían buscar más fácilmente en la oscuridad. Con la piedra luminosa en mano, Sofía y Brillo siguieron buscando hasta que algo brillante entre los arbustos llamó su atención. Era la muñeca de Sofía, con su vestido azul y cabellos dorados, iluminada por el brillo de la piedra.

Sofía la recogió y la abrazó con fuerza. "¡Gracias, Brillo! ¡Gracias!" exclamó con alegría. Brillo sonrió y respondió, "No hay de qué, Sofía. Estoy feliz de verte sonreír de nuevo."

Desde ese día, Brillo y Sofía se convirtieron en grandes amigos. A menudo volaban juntos por el reino, ayudando a otros con el brillo mágico de Brillo. Los habitantes del reino comenzaron a conocer a Brillo como "el dragón de la luz", porque su presencia siempre traía esperanza y felicidad.