Había una vez, en un pequeño pueblo cubierto de nieve, una niña llamada Clara y su hermano Mateo. La Navidad estaba cerca, y en el aire flotaba el aroma dulce de galletas recién horneadas, mezclado con el fresco aroma de los pinos decorados con luces y estrellas doradas.

Clara y Mateo se sentaban cada noche junto a la ventana, mirando el cielo estrellado y contando las horas para la Navidad. La noche anterior a Nochebuena, escucharon un rumor en el pueblo: un niño nuevo había llegado, pero no tenía muchas cosas y pasaría la Navidad solo. Clara y Mateo se miraron, sorprendidos y, al mismo tiempo, un poco preocupados.

—¿Podemos hacer algo por él? —preguntó Clara.

—¡Claro que sí! —respondió Mateo—. A todos nos gusta recibir regalos, pero también podemos compartir los que tenemos.

Ambos pensaron en los regalos que habían pedido y se dieron cuenta de que, quizás, no necesitaban tanto para ser felices. Después de discutirlo, decidieron envolver algunos de sus juguetes y dulces favoritos, especialmente aquellos que sabían que alegrarían al niño nuevo.

En la mañana de Navidad, Clara y Mateo tomaron su caja de regalos y salieron juntos a buscar al niño, que se llamaba Lucas. Cuando lo encontraron, estaba mirando desde la ventana de su casa, con una expresión de nostalgia. Al ver a Clara y Mateo acercarse con la caja envuelta en papel de colores, sus ojos se iluminaron.

—¡Feliz Navidad, Lucas! —dijeron Clara y Mateo, extendiéndole el regalo.

Lucas los miró con asombro y luego sonrió, como si nunca hubiera recibido un regalo tan especial. Emocionado, abrió la caja y encontró dentro un pequeño camión, un libro de cuentos y unas deliciosas galletas navideñas.

—Gracias… —dijo Lucas con los ojos brillando de felicidad—. Este es el mejor regalo que he recibido.

Clara y Mateo se sintieron tan felices de ver a Lucas sonreír que sus corazones se llenaron de calidez y alegría. Descubrieron que el verdadero espíritu de la Navidad no estaba en recibir, sino en compartir.

Esa noche, cuando volvieron a casa, Clara y Mateo se dieron cuenta de que, aunque habían compartido sus cosas, sentían que habían recibido mucho más a cambio: una amistad nueva y el recuerdo de haber hecho feliz a alguien en Navidad.

Desde entonces, Clara, Mateo y Lucas pasaron cada Navidad juntos, compartiendo regalos, historias y risas. Porque entendieron que el mejor regalo de todos era compartir.