Era Nochebuena en el Polo Norte, y todos los renos estaban muy emocionados, pues esa noche ayudarían a Papá Noel a repartir los regalos por el mundo. Pero entre todos ellos, Rodolfo, el reno de nariz roja, estaba teniendo un pequeño problema.

—¡No encuentro mi gorro de Navidad! —se lamentaba Rodolfo, mirando por todos lados en el establo. Su gorro era especial porque lo mantenía calentito durante todo el vuelo, y sin él, ¡sus orejas podrían congelarse!

—¡Busca mejor! —le dijo su amiga Clarita, la renita más curiosa de todas—. Seguro está por aquí cerca.

Rodolfo revolvió su cama de heno, revisó debajo de su manta favorita y hasta le preguntó a los pingüinos si lo habían visto. Pero nada, el gorro no aparecía.

—¡Qué raro! —murmuró Rodolfo—. ¿Dónde estará?

Entonces, escuchó una risita detrás de los regalos. Rodolfo se acercó lentamente y vio algo que se movía entre los paquetes. ¡Era su gorro! Pero no era un gorro normal, parecía tener vida propia. Saltaba y brincaba por todos lados.

—¡Eh, alto ahí, gorro travieso! —gritó Rodolfo mientras lo perseguía por el taller de Papá Noel. El gorro se coló entre las patas de los demás renos, se subió a la mesa donde estaban envolviendo regalos y luego se escondió detrás del trineo. Cada vez que Rodolfo se acercaba, el gorro daba un brinco y se alejaba más.

Finalmente, Rodolfo decidió cambiar de táctica. En lugar de perseguir al gorro, se sentó en el suelo y dijo con voz suave:

—Gorro, por favor, vuelve. Sé que quieres jugar, pero tenemos una misión muy importante esta noche. Si no te pones en mi cabeza, no podré ayudar a Papá Noel.

El gorro, como si lo hubiera escuchado, dejó de saltar y se acercó lentamente a Rodolfo. Con un pequeño "plop", se acomodó en su cabeza.

—¡Gracias! —dijo Rodolfo aliviado—. ¡Sabía que solo querías un poco de atención!

Clarita, que había estado observando todo desde lejos, se rió.

—¡Qué gorro más travieso tienes, Rodolfo! ¡Casi te deja sin orejas calentitas!

Rodolfo sonrió y, con su gorro en su sitio, se subió al trineo junto a los otros renos. Listo para la gran noche, ayudó a Papá Noel a llevar alegría y regalos a todos los niños del mundo.

Y desde entonces, cada Nochebuena, Rodolfo siempre se asegura de darle un poco de cariño extra a su gorro antes de salir, ¡para que no se vuelva a escapar!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.